Sunday 21 February 2016

Rodando el sol.

Desde hace mucho tiempo había querido una bicicleta... Veía a las personas que las rodaban y sentía un agradecimiento muy grande hacia ellos, y unas ganas gigantescas de yo querer hacer lo mismo. Inclusive, cuando tuve la oportunidad de ir a Bonaire en diciembre 2015, alquilé una bicicleta durante mi estadía en la isla. El primer día rodando hice algo como 17 kms con un viento fortísimo (esta isla es conocida a nivel mundial por su viento para hacer deportes extremos).  

Regresé a Maracaibo preguntándome el por qué yo todavía no tenía una bicicleta, preguntándome el  porque me estaba convenciendo a mí misma que tenía que usar el transporte público de la ciudad (un transporte público que no vale la pena,  los gritos de las personas, de los choferes, el calor que tienes que aguantar cachete con cachete y espalda con espalda, el ¡mami movete pa’ tras que todavía hay espacio! Aun así cuando las personas van hasta en las escaleras del bus porque REALMENTE NO HAY ESPACIO, el VALLENATO a todo volumen aun si son las 6 am, el COSTO del pasaje, un costo digamos no solo de TIEMPO sino del BOLSILLO también (aun teniendo pasaje estudiantil, los choferes cobran y aceptan lo que ellos digan), la contaminación que estos mismos causan, la falta de respeto que se puede apreciar en ‘algunos ciudadanos’ como botar la basura por las ventanas, o que nadie ofrezca su asiento a un anciano o a una mujer embarazada…etc.etc.etc. La lista puede seguir, sé que puede seguir.

Hasta que entendí el por qué.

 El día 27 de enero del 2016 Claudia, la compañera de mi muy buen amigo y alma, Pablo, me escribió un mensaje.

      Claudia: Eu, ¿Cuándo vienes a buscar la bici?
      Eu: ¿Qué bici? OH
     Clau: La que yo uso (que era de Pablo), Pablo quiere que tú la tengas.
     Eu: Hoy mismo voy. AH! 

El punto es, yo, Eugenia, estaba cegada por lo que la sociedad me decía, estaba dispuesta a seguir viviendo bajo el ‘común denominador’ de omitir todas las acciones que mencione en el párrafo anterior, pero iba más allá, estaba dispuesta a omitir todas las emociones que esas acciones producían en mí. Una vez conscientes de algo, no podemos ser indiferentes.

 Si me voy por lo básico, no quiero seguir desembolsillando dinero para pagar por ‘políticas publicas’ que NO EXISTEN (transporte ineficiente, autobuses ineficientes, carreteras horribles) a un gobierno (OJO, sea de cualquier bando, estoy en contra por igualdad) que pareciera que uno le estuviese haciendo el favor en vez de ellos estar trabajando REALMENTE (como todos lo deberíamos hacer) en pos de la comunidad.

Ahora vienen las preguntas típicas:

Eugenia, ¿Y el calor?... bueno, para nadie es un secreto el calor que hace en la ciudad donde habito, en Maracaibo un día cualquiera que se multiplica los 365 días del año, la  temperatura oscila entre 35 grados y 42 grados. Hace calor. Bastante. Muchísimo. Demasiado. Pero si igual pasaba calor al momento de caminar o montarme en un bus, pues, paso calor generado hasta por mí misma en esa bici. Me visto como yo quiera (vestidos, shorts, tal vez no muy recomendados por los ciclistas PERO ahí voy ahaha). 

Eugenia, ¿Y cómo haces en las calles si en Maracaibo manejan horrible?...CIERTO! Manejan horrible por el simple hecho de querer ser mejor que el de al lado, por el simple hecho que están encerrados en una caja que los transporta y no tienen consciencia (porque están alejados de la realidad) de su alrededor porque no les interesa. Si ellos manejan horrible, pues yo tendré que manejar bien. Tendré que predecir sus acciones y sus respuestas y adelantarme, o simplemente esperar (y si, en la mayoría son bastante predecibles). Debo utilizar todos mis sentidos más los otros que tengo guardados para poder rodar, y seguir mi intuición.

Eugenia, ¿y la seguridad?... Bueno, soy consciente, realmente lo soy, pero lo mismo me podría pasar caminando o en bus. A la bici le tengo su candado (gracias Ángel, vamos a ver si lo ves de regreso :P) y obviamente tienes que ser astuto en la calle. Con respecto a mi seguridad personal, por los momentos he ido bien. Me he sentido más segura manejando yo la bici que estando en el carro con mi mama y yo manejando. No tengo la mente en el carro. Pero si la tengo en mi misma estando en la bici. He rodado algunas veces de noche, pero lo admito, mi zona residencial es muy oscura y todavía siento cierto temor que debo ir poco a poco venciendo. Además que donde vivo hay puras subidas, haha y lo admito todavía me cuesta subirlas.

Eugenia, y,  ¿A dónde vas con tu bicicleta?... Acá es donde realmente comienza este post. Llevo casi un mes (sé que no es mucho pero algo es algo) rodando en la ciudad, y he hecho todas mis diligencias en la bicicleta. Literalmente. Cada día descubro nuevas calles, nuevas rutas, nuevos huecos en la carretera, nuevos lugares donde deberían asfaltar. He ido varias veces al Cíngaro Cine (cine en el C.C Costa Verde, en el estacionamiento, al aire libre), he asistido a una ‘masa crítica’ pero todo había sido relativamente cerca, en la ciudad.

Hoy domingo, sin embargo, me invitaron al Jardín Botánico de Maracaibo. 

Jamás había ido a este lugar, a pesar que otros amigos me habían invitado también. Realmente estaba emocionada y un poco nerviosa, porque sé que el lugar es LEJOS de donde yo vivo. Pero nada es realmente lejos en la bici. Solo tomas tu tiempo y vas.

A las 6.40 am nos encontramos en la Plaza de la Republica, Oscarito, Ignacio, Lucia y Katy. Salimos de allí a eso de las 6.52am. Todo estuvo muy bien, aunque no voy a mentir, hubo un momento por el metro en una y que subida que si pensé, ’’¡¡qué coño hago yo acá? Bueno seguir rodando!!. ‘’  Llegamos a una panadería cercana al Jardín, compramos desayuno y nos fuimos. A eso de la hora, se llegó Pablo.

Este es el recorrido, mostrado en Google Maps.



  Realmente me pareció increíblemente hermoso el lugar; aunque lastima por la sequía que hay que muchas plantas y matas estaban muertas, no habían casi personas, de nuevo, no sabemos utilizar los espacios públicos que TENEMOS. Salimos de allí como a las 10.50 am, parando en el camino para refrescarnos un poco y beber algo, tal vez una cerveza a falta de agua!

¿Cómo llegué a casa? Bien a decir verdad. Con muchísima hambre, queriéndome bañar, y con un bronceado de Maracaibo.

Feliz por haber compartido con personas distintas y que estoy conociendo, y más feliz aun por seguir sorprendiéndome. La felicidad no la ‘mido’ por las cosas que tengo, ellas simplemente están ahí. La mido por las cosas que logro, que hago, que me propongo y que me hacen aprender. Realmente se conoce personas increíbles que están dispuestas a mostrarte su camino, a ayudarte cuando lo necesites y a mostrarte su conocimiento! 

Vivir con miedo no es vivir. SE, porque estoy acá, que es difícil, pero no es imposible. Al fin y al cabo, estamos haciendo algo muy normal, muy, muy normal, estamos viviendo.

 Cuando regresé de vivir en Inglaterra la mama de una compañera del colegio me dijo una vez ´´Ay Eugenia, si yo fuera tú, yo me hubiese suicidado’’. Yo le respondí que ¿Por qué, si voy comenzando a vivir? Ah, por haberte regresado al país, sobre todo por cómo están las cosas. No señora (ni recuerdo ya su nombre), no me quiero suicidar, quiero vivir aún más, quiero viajar y conocer Venezuela entera, quiero comer todo lo que las tierras ofrecen, quiero oír todos los acentos que tenemos acá, quiero saber que nos hace venezolanos, quiero contar las estrellas que veo en el cielo cuando voy caminando por el llano, por la montaña, por la playa, quiero seguir conociendo personas maravillosas, jóvenes y mayores, de cuerpo, mente y espíritu, que están acá y que constantemente generan su propia utopía y su propio cambio.  La revolución, para mí, es esa.